Los últimos «bandoleros» del franquismo

José L. Lobo
El Mundo 20/05/2001

Cuando el comandante Ríos acude a primeros de mes al banco para cobrar su modesta pensión de setenta y pico mil pesetas, lo primero que escucha es el mensaje irritante y destemplado del detector: «Por favor, deposite todos sus objetos metálicos a la entrada».

Pero él ignora la orden y los empleados le franquean el paso con una sonrisa de complicidad, porque saben que ninguna máquina parlante es capaz, todavía, de reconocer a un ex guerrillero antifranquista, aunque lleve incrustadas entre pecho y espalda, a la altura del omóplato, las cinco balas con que un guardia civil lo dejó malherido durante una emboscada en los montes de Huelva, allá por 1947.
«Me enterrarán con ellas metidas en el cuerpo, porque los médicos me han dicho que están recubiertas por una capa de sebo y son inofensivas. Estas no me matarán», dice José Murillo, con una mezcla de orgullo y sarcasmo, mientras se despoja de su camiseta de tirantes para mostrar las huellas de los cinco bocados de metralla que su paso por la Agrupación Guerrillera de Sierra Morena dejó en su espalda y en su memoria. «Teníamos la consigna de no caer vivos en manos de la Guardia Civil para evitar que te torturasen y te sacasen información; antes te pegabas un tiro. Pero cuando me hirieron, hasta mis compañeros me dieron por muerto».

El pasado miércoles, Murillo, el comandante Ríos, no pudo contener las lágrimas cuando todos los diputados del Congreso, puestos en pie, sellaban con una salva de aplausos la rehabilitación histórica de los guerrilleros antifranquistas que se echaron al monte al acabar la Guerra Civil para huir de la sangrienta represión de los vencedores, primero, y organizar la resistencia a la dictadura, después. Pero el gesto de sus señorías fue sólo moral, y dejó un regusto agridulce en el veterano luchador: la Guardia Civil borrará de sus archivos la humillante etiqueta de «bandoleros» y «malhechores» que el franquismo colocó a los casi 7.000 maquis que desafiaron, con sus sueños de libertad y democracia, a la España grande y libre de la posguerra.

«Obstáculos legales»

El miércoles, la cicatería del PP impidió que el Congreso reconociera el carácter militar de la guerrilla, y con él, el pago de pensiones o indemnizaciones a los supervivientes: los pocos que no murieron en combate o fueron fusilados en las cárceles franquistas, sobreviven hoy en la estrechez de sus raquíticas pensiones. «Su reconocimiento presenta obstáculos legales», afirma el diputado popular Manuel Atencia, argumentando que los maquis no están incluidos en la legislación especial sobre la Guerra Civil, la misma que permitió resarcir a los militares republicanos o facilitar el regreso de los exiliados.

Francisco Frutos, secretario general del PCE -el partido que convirtió a los maquis en un movimiento guerrillero organizado- y diputado de IU -la formación que presentó la moción aprobada en el Congreso-, se defiende afirmando que su grupo parlamentario exigió que la rehabilitación fuera «total» (moral y económica), y que sólo renunció a esta última por la «intransigencia» del PP. «De lo contrario», asegura, «la moción no hubiera salido adelante».

Por eso, el comandante Ríos aún tiene una herida sin cicatrizar, mucho más profunda que la de sus cinco balazos. «Yo las paso negras con mi pensión, pero hay compañeros que aún están peor, porque entre los años de lucha y de cárcel no cotizaron a la Seguridad Social y ahora no cobran un duro. Es triste y doloroso que esta democracia y esta Constitución, por la que todos nosotros luchamos, aún tenga deudas pendientes», se lamenta Murillo.

Su amargo quejido es el mismo que un día dejó escrito Francisco Umbral, cuando denunció la amnesia de «todos aquellos que creen que la democracia es una cosa ecológica y que ha estado ahí siempre, sin saberse ni quererse hijos de unos maquis que pasaban por Carabanchel y Gobernación a hostia viva, cuando no quedaban desgalgados contra el patio de la cárcel».

No es el único que piensa así. «Parece que la democracia la han traído a España el Rey y Torcuato Fernández Miranda, y que los demás sólo han puesto la sangre y las lágrimas», dice, con más rabia que ironía, el catedrático Francisco Moreno Gómez, autor del libro La resistencia armada contra Franco y, quizá, el historiador que con mayor rigor ha estudiado la guerrilla. «La actitud del PP es una mezquindad absoluta e inhumana, porque apenas quedan 40 maquis vivos. ¿Qué supondría para las arcas del Estado compensar económicamente a ese puñado de luchadores?», se pregunta.

Robar por necesidad

A Moreno lo engulle la indignación cuando escucha afirmaciones como la del periodista Ramón Pi, que asegura que los maquis «lucharon por la instauración en España de una dictadura estalinista, alentados y apoyados por un PCE que obedecía ciegamente al sanguinario dictador soviético». Replica el historiador: «Pretender que el maquis era una organización sustentada y financiada desde Moscú es una aseveración ahistórica que está fuera de la realidad. Los guerrilleros robaban y secuestraban por estricta necesidad, porque no tenían ningún apoyo exterior, ni de armas ni de víveres. A diferencia de los maquis franceses o de los partisanos italianos y yugoslavos, que recibían la ayuda que los aliados les lanzaban en paracaídas, el caso de la guerrilla española fue de un aislamiento internacional horroroso».

Esa otra herida, la de «la traición», como la define, con un poso de amargura, Francisco Martínez, el Quico, jamás se podrá curar. «Los combatientes antifranquistas pensábamos en 1944 que la derrota del ejército hitleriano desencadenaría una mayor ayuda de las democracias occidentales al pueblo español en lucha contra el régimen franquista. Pero en 1947 empezamos a rendirnos a la evidencia de la traición de los países occidentales, que empezaron a reconocer al régimen de Franco».

El Quico es, como el comandante Ríos, uno de los supervivientes que el miércoles se conmovió en el Congreso. Pero que no olvida las deslealtades: «¿Qué valor tiene una democracia que traiciona y reniega de su propia memoria?».

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