Investigación. Un criminal con tricornio. El guardia civil más sanguinario.

Ildefonso Olmedo
EL MUNDO 16/03/2003

MURIO EN la cama, como Franco, y su nombre aún provoca terror en Extremadura. Un libro escrito por quienes están excavando las fosas del franquismo desentierra la figura del sanguinario guardia civil Gómez Cantos. Los últimos de su larga lista de víctimas fueron tres subordinados a los que fusiló por «cobardes».

Allí por donde pasó sembró muerte y miedo. Durante la guerra y muchos años después de ella. Ni con los suyos supo qué era la piedad, pues también fusiló a subordinados con tricornio y a gente de la Falange. Aún hoy, muchos años después de su muerte (como Franco, falleció de viejo en una cama de hospital), su huella terrorífica aparece indeleble en los dichos populares extremeños. «Eres más malo que Gómez Cantos», reza uno que bien conocen los vecinos de Villanueva de la Serena (Badajoz), el pueblo donde el entonces capitán de la Guardia Civil se sublevó el 19 de julio del 36 y al que volvería dos años más tarde, siendo él ya delegado de Orden Público en Badajoz, para ordenar su enésima masacre. Los 33 vecinos hoy siguen enterrados, en una fosa común pendiente de excavar, en algún lugar del Cerro de las Fuentes.

Y la guerra terminó... Franco impuso su victoria. Y Gómez Cantos, encumbrado por su ferocidad, siguió fusilando sin tregua. Los últimos fueron tres guardias civiles, en 1945, por «cobardía ante el enemigo». Después dictó una orden donde los vilipendiaba y en la que anunciaba más mano dura. Obligó, además, a que el escrito se leyera durante 10 días en todos los cuarteles de su comandancia. Pero cometió un error, y eso terminó condenándole.

En su afán exterminador, había negado los auxilios espirituales a los aterrorizados guardias cuando iban camino del paredón.A la Iglesia de entonces, la misma que había hecho la cruzada del lado de Franco, aquello le pareció imperdonable. Y ocurrió que un obispo (el de Cáceres) y el cardenal primado Pla i Deniel presionaron tanto al caudillo que Gómez Cantos terminó procesado y, por unos meses, entre rejas.

Nadie, en el consejo de guerra, habló de lo ocurrido años atrás a las afueras de Villanueva de la Serena. Aquellos hechos ahora tienen un capítulo propio en el libro Las fosas de Franco. Los republicanos que el dictador dejó en las cunetas, obra de Emilio Silva y Santiago Macías, fundadores de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Su trabajo -un recorrido por el reguero de tumbas clandestinas que dejó la represión franquista, y que Silva y Macías han empezado a excavar- desentierra también la figura del desalmado oficial que se creyó inmune bajo el tricornio de la Benemérita.

La última fotografía que se conoce de Gómez Cantos (junto a estas líneas) no refleja la verdad del personaje. El retrato muestra lo que parece un anciano bonachón, más acorde con la imagen de papá Manuel (así le conocían en el barrio madrileño de Carabanchel, donde se ocultó tras el consejo de guerra y terminó sus días mascullando callado resentimiento por su ostracismo) que con la del psicópata sanguinario Hannibal Lecter que le atribuye la memoria popular en tierras extremeñas.

La fotografía, tomada en la década de los 70, pocos años antes de su fallecimiento (29-5-1977), fue rescatada del Archivo Central de la Dirección General de la Guardia Civil por Jesús Mendoza, periodista y agente de la Benemérita en activo. Él y otro guardia, el historiador Miguel López Corral (teniente que busca a su abuelo desaparecido y forma parte de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica), son los dos investigadores que más han ahondado en las andanzas de Gómez Cantos. Era, da detalles el teniente López, «un hombre denostado en la propia Guardia Civil que se vale de la guerra para medrar y limpiarse un expediente que antes del 36 estaba repleto de insubordinaciones, palizas, deudas... Un auténtico bandido, vamos, un hijo de puta. No todo lo supe por el expediente personal suyo, claro. También oí a sus víctimas, recopilé testimonios orales y supe de otras cosas que no decían los papeles. Por ejemplo, de que estando en la comandancia de Cáceres no sólo fusiló a los tres guardias de Mesas de Ibor. Me contaron que un día, a raíz de que un confidente le dijera que el corneta de la comandancia tenía parentesco con un maquis, llamó al corneta de madrugada y se lo llevó en su coche a las afueras de la ciudad. "Salga", le dijo, y luego pidió al conductor que esperara. Se oyeron dos detonaciones y, al poco, las frías palabras de Gómez Canto al chófer: "Vaya y diga que vengan a recoger el cadáver de este traidor"».

Siempre gozó de total impunidad. Tras el consejo de guerra al que sería sometido en 1945, ni siquiera llegó a cumplir entero el año de prisión a que fue condenado por «abuso de autoridad».Lo cierto, como demuestra su foto de anciano, es que fue oficial de la Guardia Civil hasta el final de sus días. En la imagen luce el uniforme de teniente coronel y la Cruz al Mérito Militar con distintivo blanco que Franco le concedió en 1943 (desde el 38 tenía la Medalla Militar individual). Quizás para cuando lo de la foto se había reconciliado con su hijo guardia civil, Manuel Gómez Carmelo, de quien cuentan que retiró la palabra a su padre tras los fusilamientos de los tres compañeros.

Antes de llevar tricornio, Manuel Gómez Cantos hizo carrera en el Ejército. Hijo de un oficial de tercera de la Marina, dejó de joven San Fernando (en la ciudad gaditana nació el 25 de marzo de 1892) para estudiar en la Academia de Infantería de Toledo.Tras ocho años, en 1920 obtuvo el pase a la Guardia Civil como primer teniente. Al estallar la guerra, ya tenía una hoja de servicios llena de tachas disciplinarias: borracheras en acto de servicio, palizas a la población civil, escándalos en prostíbulos, deudas... En 1927, consta en su expediente, mandaba la siguiente carta al dueño del concesionario donde había comprado, sin pagar, un coche: «Querido Paco: perdona a un padre de siete chiquillos.Ahora pienso cobrar unas pesetas y te giraré, si no todo, lo que pueda. He ascendido a capitán».

Con ese rango seguía, al frente de la Guardia Civil en Villanueva de la Serena, el día en que Franco se sublevó contra la República.Enseguida se sumó a la asonada militar y, tras dejar claro a un teniente coronel que regía el Centro de Reclutamiento del pueblo que él se erigía en mando aunque tuviera menor graduación, Gómez Cantos se dirigió al Ayuntamiento y apresó al alcalde y a todos los concejales de izquierda que gobernaban el Consistorio.Era la mañana del 19 de julio del 36.

BANDERA BLANCA

Durante los 10 días siguientes, hasta que huyó al cercano pueblo de Miajadas, mató a un concejal, hirió al alcalde y efectuó hasta 60 detenciones. A todos mandó a la cárcel. Hizo más poco después, en una acción que revela su carácter taimado. Cercado por varias columnas de milicianos, mandó colocar una bandera blanca en un torreón. Creyéndolo rendido, los atacantes fueron hacia donde estaba Gómez Cantos, quien aprovechó la distensión y ordenó de repente a los tiradores de dos ametralladoras que dispararan a quemarropa: 230 milicianos abatidos. La fechoría, a los ojos de sus superiores, fue vitoreada como una hazaña. Los historiadores también le sitúan en la entrada de las tropas franquistas a Badajoz y las posteriores matanzas en la plaza de toros.

No volvería a Villanueva hasta dos años más tarde, cuando toda la comarca -la llamada bolsa de la Serena, reducto republicano hasta julio del 38- estaba ya bajo control de los nacionales.Y regresó a sangre y fuego. Antes, se dirigió a la cárcel de Badajoz para recoger al grupo de 60 vecinos que detuvo en el 36. Quedaban 33 entre rejas, y se los llevó con él para hacer la entrada triunfal en Villanueva. La cruel opereta finalizó el 8 de septiembre de 1938. Gómez Cantos organizó en la plaza del pueblo un juicio popular que terminó con la condena de ejecución sumaria para todos. «El tétrico camión con los 33 detenidos», narran en su libro Silva y Macías, «arrancó dejando atrás los vítores de los más exaltados del pueblo y las lágrimas silenciosas de los familiares. Tras 14 kilómetros, en las proximidades de Medellín, el camión se detuvo y los detenidos fueron conducidos a una loma cercana. All fueron fusilados, ante la atenta mirada de algunos vecinos de Medellín y un reducido grupo de falangistas de Villanueva».

GOBERNADOR CIVIL

Pero fue después de la guerra cuando Gómez Cantos protagonizó sus dos más sonadas matanzas. Terminó la contienda como comandante y al poco, en 1940, fue nombrado gobernador civil de Pontevedra, donde también dejó muchas cunetas llenas de paseados en sus escapadas nocturnas. Regresó a Extremadura con más galones (teniente coronel).Al frente de la Comandancia de Cáceres, en 1942 fue nombrado responsable de las fuerzas encargadas de la persecución de los huidos, el maquis. Todo lo que hizo no fue sino reafirmar su fama de sanguinario. Él decidía y su lugarteniente, el capitán Emiliano Planchuelo, mandaba el pelotón de ejecución.

El fusilamiento más numeroso ocurrió el 28 de agosto de 1942, en Alía. Hizo una lista con 30 nombres elegidos al azar y los convocó en el cuartelillo «para arreglar papeles». Pretendía, en realidad, aterrorizar a la región, que nadie diera apoyo al maquis. Todo el pueblo, vigilado por un cordón de guardias, vio la masacre. Entre los asesinados hubo mujeres. Su delito, al decir de Gómez Cantos: «Algo tenían que saber». Por entonces, él dormía en el monasterio de Guadalupe entre curas.

No satisfecho, ese mismo verano quiso repetir el brutal escarmiento en Castilblanco, a 22 kilómetros de Alía. La lista esta vez era de 90 nombres. Sólo la presencia en el pueblo de un cura navarro que había hecho la guerra con los requetés y llegó a comandante castrense, torció sus planes. El sacerdote, Ambrosio Eransus, alertado por los vecinos, logró parar al teniente coronel. El periodista y guardia civil Jesús Mendoza escuchó años después el relato de lo ocurrido por boca de los lugareños: «Cuando lo tuvo enfrente, le dijo: "Oye, tú, si se te ocurre molestar a algún vecino, te busco y te pego un tiro. Si tú eres teniente coronel, yo soy comandante del Ejército"».

En Mesas de Ibor (Cáceres), en abril del 45, no hubo sotana que se le interpusiera. Al saber que un grupo de maquis había tomado el pueblo varias horas y desarmado a los cuatro guardias civiles (uno, herido, fallecería luego), Gómez Cantos montó en cólera.Llegó a Mesas convencido de que sus subordinados eran unos cobardes.La decisión estaba tomada: los fusilaría inmediatamente. Les negó hasta la confesión. Antes de colocarlos junto a un muro de adobe, él personalmente les arrancó las botonaduras de las guerreras, les quitó los uniformes, que mandó quemar, y les colocó los grilletes.

Cuando los cuerpos de los guardias cayeron desplomados tras la ráfaga de sus propios compañeros, Gómez Cantos no intuía que aquélla sería su última matanza. Hasta entonces se le había perdonado todo... Pero murió de viejo, en la cama. Dicen que en sus últimas borracheras desvariaba. Se creía un héroe.

«Las fosas de Franco» (Ed. Temas de Hoy) se presenta el próximo martes

«DESPUÉS DE LOS FUSILAMIENTOS, de vuelta a Cáceres, paramos en una taberna y me invitó a tomar un par de vinos y en su cara ni siquiera había una pizca de remordimiento. Tanto es así, que dos días después volvió a fusilar a otro hombre en el mismo sitio donde antes había fusilado a sus padres. Y dos jornadas más tarde intentó hacer una matanza en Castilblanco semejante a la que había hecho en Alía y La Calera. De no haber sido por una cura que se interpuso en su camino, habría matado a mucha gente de ese pueblo [llegó con una lista de 90]. Recuerdo que el hombre que mató donde antes fusiló a sus padres se llamaba Julio y era de los nuestros, pues había hecho la guerra en la Falange. Antes de matarlo, el teniente coronel lo torturó durante dos días en la comandancia de Cáceres para sacarle información sobre los bandoleros». Testimonio del chófer de G. Cantos

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