José Murillo, "Rios".

José Murillo pisó el suelo de una calle de Burgos y a su espalda se cerró la puerta de la cárcel. Se sentía extraño. Siendo un chaval se despidió de su madre y de sus hermanos para echarse al monte junto a su padre y evitar así una detención
de la guardia civil que habría puesto sus vidas en peligro. Siendo un hombre recuperaba la libertad. Nueve años como guerrillero, catorce como preso político, dos condenas de muerte y cinco balas que nadie pudo extraerle del hombro derecho eran todo su patrimonio. La vida recomenzaba a los cuarenta años para el conocido como comandante Ríos.José Murillo pisó el suelo de una calle de Burgos y a su espalda se cerró la puerta de la cárcel. Se sentía extraño. Siendo un chaval se despidió de su madre y de sus hermanos para echarse al monte junto a su padre y evitar así una detención de la guardia civil que habría puesto sus vidas en peligro.

Siendo un hombre recuperaba la libertad. Nueve años como guerrillero, catorce como preso político, dos condenas de muerte y cinco balas que nadie pudo extraerle del hombro derecho eran todo su patrimonio. La vida recomenzaba a los cuarenta años para el conocido como comandante Ríos.

La victoria de Franco en la Guerra Civil convirtió en ilegales a decenas de miles de españoles que habían luchado con el ejército republicano y simpatizado o pertenecido a partidos políticos de izquierda. Cerca de medio millón de personas huyeron del país para salvarse y poder seguir viviendo en libertad. Otros trataron de recomponer sus vidas ocultando su pasado, se adaptaron a la nueva realidad y sobrevivieron bajo la dictadura. Unos cuantos tuvieron que echarse al monte para salvar la vida. Una vez allí formaron pequeños grupos dispersos que a mediados de los años cuarenta se organizaron en agrupaciones de guerrilleros.

Había cumplido diecisiete años José Murillo cuando un familiar falangista avisó a su padre de que se escapara para salvar la vida. También le dijo que se llevara a su hijo mayor para que no tomaran represalias con él. La vida se había complicado para ellos en el Viso de los Pedroches, el pequeño pueblo cordobés donde la familia Murillo vivía de las labores del campo y la ganadería. "Nos despedimos de la familia y subimos a la sierra. Tuvimos suerte porque al día siguiente nos dio el alto un grupo de hombres. Nos preguntaron qué hacíamos por ahí y después de que mi padre les contara su historia nos permitieron unirnos a ellos". Murillo recuerda su juventud guerrillera sin nostalgia, como un hecho que simplemente no pudo ser de otra manera. "A mi padre lo andaban persiguiendo porque había sido simpatizante de la UGT y visitaba la casa del pueblo durante la república. Si no nos avisan de que nos escapáramos no lo habríamos contado. Con esas cosas no se podía jugar porque no se andaban con chiquitas; a mi madre la encarcelaron cinco años con una niña de dos meses como represalia por no habernos capturado a nosotros".

Corría el año 1941 y en los montes de Sierra Morena actuaban varios grupos de guerrilleros. "Al principio fue muy duro acostumbrarnos a aquella vida. Dedicábamos la mayor parte de tiempo a tratar de sobrevivir; obteniendo comida y esquivando las batidas de la guardia civil. Teníamos que cambiar nuestros campamentos constantemente para evitar ser descubiertos. Nos movíamos por la zona que delimita Córdoba y Badajoz. Pasábamos el invierno en grandes chozas, reunidos con otros grupos con los que teníamos cierta confianza. Nunca decíamos nuestros verdaderos nombres, ni de dónde veníamos, para proteger a nuestra familia".

La vida de los guerrilleros era diferente dependiendo de las época y de las zonas de España donde actuaran. Para algunos su trabajo consistía meramente en resistir, conseguir alimentos y no caer en manos de la guardia civil. Había zonas donde realizaban labores de sabotaje. Por ejemplo en León, donde las minas de wolframio abastecían al ejército alemán. La misión de impedir que el preciado metal de uso bélico llegara a manos de los nazis. Para ello asaltaban trenes o saboteaban puentes. En otras zonas realizaban atracos en los que a veces conseguían grandes cantidades de dinero para su causa. En 1946 en el Banco Español de Crédito de Puertollano, el Gafas y su banda se hicieron con 250.000 pesetas, una pequeña fortuna para la época.

En 1944 los pequeños grupos guerrilleros comenzaron a organizarse en agrupaciones. Murillo fue nombrado jefe de su guerrilla con 22 años. Desde entonces comenzaron a llamarle comandante Ríos, por lo bien que cruzaba de orilla a orilla en las noches de marcha. Una vez que terminó la Segunda Guerra Mundial y el bando aliado no atacó a Franco la guerrilla cayó en el desencanto. Los que pudieron huyeron a Francia, pero ese no fue el caso de Murillo, que tuvo un duro encuentro nocturno con las fuerzas del orden. "Iba con el jefe de otro grupo y con un enlace y nos dieron el alto. Comenzó un tiroteo. Me dieron cinco disparos en el hombro. Tuve suerte de que la guardia llevara fusiles naranjeros, porque disparan balas en un mismo punto. Mis compañeros me vieron caer abatido y pensaron que había muerto".

Cuando Murillo recuperó la consciencia todo había pasado. "Hice algunas de las señales que teníamos acordadas para reunirnos en la oscuridad, pero nadie contestó. Entonces me arrastré como pude y llegué a una carretera. Salí inmediatamente de ella para no dejar rastros de sangre. Con una manta que llevaba anudada me hice una especie de torniquete. Caminé por una montaña. Buscaba una cabaña donde recordaba que vivía la familia de un pastor. Al final caí en una maraña de zarzas y perdí el conocimiento". El comandante Ríos tuvo suerte porque la familia del pastor no lo delató. Lo curaron y luego él cambió de identidad y se hizo pasar por pastor durante casi dos años, mientras se recuperaba de sus graves heridas. Pero fue delatado y entró en prisión en 1949.

José Murillo estuvo en las cárceles de Ocaña y Burgos durante catorce años. Cuando salió en libertad había cumplido los cuarenta. Poco después se casó con la hermana de un compañero que tenía identidad falsa. El comandante Ríos había fingido que la hermana de su compañero de celda era la suya. Con ella se había carteado durante cuatro años y al quedar él en libertad les unía una intensa experiencia que han compartido hasta hoy. En los veintitrés años que habían pasado desde que se echó al monte sólo había visto a su madre en una ocasión. "Me enteré de que mi madre había salido de la cárcel y bajé al pueblo. Pasé dos horas con ella y con mis hermanos. Mi padre en cambio fue herido en un enfrentamiento con la policía y detenido. Se ahorcó en su celda en 1944, aunque nunca me he creído la versión de su muerte". José Murillo pertenece a una generación que lo dio todo soñando con la libertad. Él y su familia, como muchas otras, sufrieron la persecución de sus ideas. Sus años en el monte y en la cárcel le impidieron cotizar a la seguridad social y hoy sobrevive como puede con una pequeña pensión.

La mayoría de los grupos de guerrilleros recibían órdenes de las organizaciones políticas en el exilio; el PCE, el PSOE y la CNT orientaban sus pasos. También desde fuera se organizaron intentos por recuperar la democracia. Por ejemplo el ocurrido en el amanecer del 19 de octubre de 1944. Algo más de 12000 hombres armados, bajo el mando de Vicente López Tobar, entraron por distintos lugares de los Pirineos. La tercera parte de ellos ocupó el Valle de Aran. Su objetivo era provocar un alzamiento popular y vencer al fascismo. Pero principalmente buscaban atraer la atención internacional hacia el problema del franquismo. La operación no funcionó y los miles de hombres retrocedieron. Según los datos oficiales murieron 129 guerrilleros, 214 catorce fueron heridos y 218 hechos prisioneros, de los cuales a una buena parte les fue aplicada la pena de muerte.

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