Victorio Vicuña: "Así fue la liberación del Sur de Francia".

Mikel Rodríguez
Publicado en Historia 16, nº 321, enero de 2003, p. 76-85.

De la importancia de las acciones de la Resistencia durante la II Guerra Mundial dio buena cuenta el general Eisenhower en mayo de 1945: En mi opinión, los daños causados a las líneas de comunicaciones ferroviarias y terrestres para dificultar los movimientos del enemigo,

y las continuas y crecientes dificultades impuestas a la economía de guerra y a los servicios de seguridad internos de Alemania por las fuerzas organizadas de la Resistencia en toda la Europa ocupada, desempeñaron un papel de gran importancia en la victoria final aliada. En los Basses-Pyrénées, los guerrilleros españoles liberaron por sí solos todo el oeste departamental: Gavas, Eaux-Bonnes, Bedos, Sarrance, Escot, Castet, Iceste... Veintiséis guerrilleros y guerrilleras españoles obtuvieron la Croix de Guerre. A lo largo de su campaña, desarrollada principalmente entre enero y agosto de 1944, la 10ª Brigada de Guerrilleros Españoles hizo más de quinientas bajas al enemigo, cifra muy superior a la de sus efectivos, que nunca superaron los trescientos hombres. Estos son los hechos narrados sucintamente. Veamos como recuerda aquella campaña uno de sus protagonistas, Victorio Vicuña, jefe de la 10ª Brigada (1):

En el invierno de 1942-43 yo mandaba la 3ª Brigada del Ariége. Zamud, un ferroviario de Pasajes, miembro de la dirección del Partido en Francia, era quien dirigía el aparato de pasos de frontera. Era un viejo militante, sectario como muchos en aquel período. No sé de qué manera había entablado relación con las fuerzas aliadas, pero se encargaba de los agentes ingleses que de noche se tiraban en paracaídas, de los enlaces franceses que iban a Argelia y de los pilotos derribados. Me mandó que pasase a un grupo de ocho pilotos canadienses y americanos y alguna personalidad inglesa y que los entregase en la legación inglesa en Andorra. Cuando hicimos este primer viaje todavía estábamos muy mal equipados. Llevábamos alpargatas que se rompían enseguida, zuecos de goma o periódicos y telas de saco atados con cuerdas. También estábamos muy mal comidos. Vamos, que no eran condiciones para estar cruzando los Pirineos.

Como en la legación inglesa nos dieron una cantidad por cada piloto, que era bastante grande, aprovechamos para comprar a cada uno del grupo unas botas, unos pantalones y un “naranjero” (2). Pero cuando regresamos a Francia y le dimos cuenta a Zamud, nos cogió y nos echó un rapapolvo: “¿Quiénes son ustedes para disponer así del dinero?”. Y esto y lo otro. Le dije a Zamud que había pensado que “tenemos este dinero, hay que seguir pasando gente, vamos a usarlo para realizar este servicio en condiciones”. ¡Si hubiese sido malgastarlo! Le dije que, si no quería que gastásemos el dinero del Partido, que él tenía relación con la ciudad y que nos consiguiese el equipo necesario. “¡Si hay que pasar la frontera con alpargatas, se pasa!” - seguía insistiendo el tío. Había uno del grupo, no me acuerdo de su nombre, que tenía muy mala uva. Se levantó y le dijo “¡Usted no es capaz de pasar el Pirineo con alpargatas!”. Se armó el cisco y, si no nos vamos, ese día lo hubiera pasado mal Zamud. Porque, lógicamente, a unos hombres a los que les mandas jugarse la vida, hay que darles unas buenas botas, pantalones y armamento. Para que se comprenda mejor diré que hasta ese momento estábamos armados con unas pistolitas que no atravesaban la piel de una vaca. Y eso es lo que me llevó a comprarlos.

Total, que unos meses después pagué las consecuencias. A mí me mandaron a los Bajos Pirineos y al otro que se quejó, a otro sitio. Y deshicieron el grupo. No lo dijeron así, porque estas cosas siempre se cubren como que se trata de una necesidad general: “Tú, que tienes experiencia en organizar, tienes que ir allí a poner la guerrilla en marcha”. Pero a mí no me engañaron. Después de mi enfrentamiento con Zamud no querían que me ocupase de los pasos. En aquella época, la Dirección actuaba como que hubiese que construirles una estatua, existía el culto a la personalidad, a las figuras que tenían altos cargos y había dirigentes que abusaban de la voluntad y de la firmeza de los militantes del Partido.

En marzo de 1943 Francisco Vallador, Zamud, “Pichón” y Juan Cámara (3) decidieron que viniese a organizar la 10ª Brigada en los Bajos Pirineos y relanzar la lucha armada contra los nazis. La unidad existía sobre el papel y con bastantes hombres, pero no había realizado ninguna acción. Dejé la 3ª Brigada con pena, porque me había encariñado con los hombres y ellos conmigo. Para mí, era la mejor unidad guerrillera de toda Francia. Y a algunos historiadores les he leído esa misma opinión. También, porque no decirlo, estaba a disgusto porque iba hacia una incógnita, desconociendo el material humano con el que tendría que trabajar. También en esa fecha y en esa reunión ingresé como militante en el P.C. de España.

Llegue a Pau y allí me entrevisté con Ricardo Olcoz, el responsable político del Partido. Era un emigrante de antes de la guerra, aragonés. Nos reunimos en su piso él, Rocha, que era un mando de la brigada limítrofe, la de Altos Pirineos, y yo. Me dieron una visión de la situación y un listado de hombres susceptibles de entrar en la Agrupación. Los hombres eran miembros o simpatizantes del PCE de dos compañías de trabajo que había en Boucieres. Seleccionamos entre los tres a una decena y a partir de ahí empezamos. Me instalé con los hombres en plena montaña, en una casa abandonada del Pé-de-Hourat. Los compañeros resultaron ser muy buenos. Como todavía no había habido acciones, estábamos bastante tranquilos. Traíamos algunas armas, pero no eran suficientes, así que empezamos a desarmar a guardabosques y a vigilantes de fábricas. Por esa época, autobuses con guardias móviles iban caserío por caserío buscando trabajadores españoles para llevarlos a la industria de Alemania o a las obras del Muro Atlántico. En una operación llegamos por sorpresa y cogimos prisioneros a quince guardias con dos autobuses llenos de trabajadores españoles. Liberamos a nuestros compatriotas y les dejamos elegir entre venirse con nosotros o volverse a sus caseríos. La mayoría se volvieron, porque todavía no estaban maduros. La Resistencia nos dijo que hiciéramos el favor de liberar a los guardias móviles. Nosotros lo hicimos con dos condiciones: la de quedarnos con las armas largas y que se comprometiesen a no deportar a más españoles. Pactamos que podían quedarse con las armas cortas para conservar su honor. Firmamos un documento con las condiciones y los dejamos ir. No se llevaron a más españoles. Las Compañías de Trabajo de Vichy también eran una cantera para sacar trabajadores. Se presentaban por la noche, los alemanes y Vichy, y los cargaban en camiones. Pedimos a la Resistencia que nos comunicase cuando se iba a proceder a su captura. Nosotros solíamos presentarnos uno o dos días antes, ofreciéndoles venirse con nosotros. Algunos subían al monte, pero la mayoría se quedaba y esos hombres han encontrado su muerte construyendo los blocaos del Atlántico, bajo las bombas inglesas o de hambre en los campos de trabajo alemanes.

Decidimos empezar fuerte, aprovechando que los alemanes se consideraban seguros en la región. Estuvimos pensando que era lo que podía hacer más daño a los fascistas. Y de las cosas posibles, la mejor era eliminar a algunos pilotos, que eran los combatientes más difíciles de reponer. En el curso del mes de enero de 1944 los servicios de información nos presentaron un estudio muy detallado sobre la existencia de una escuela de pilotos alemanes en el campo de aviación de Pont Long. Por las noches se desplazaban en un autobús de la Luftwaffe a una cervecería de Pau. Tomamos la decisión de atacarlos. La acción la llevamos a cabo ocho hombres, armados con dos fusiles ametralladores y metralletas. Nos desplazamos por caminos forestales poco frecuentados y me reuní con nuestro enlace en Pau, Carmen Blasco, para decidir el lugar que mejor convenía para la escaramuza: un prado pendiente con muchos enebros para ocultarse y con un bosque a nuestra espalda para facilitar la retirada. Tomamos posiciones hasta que apareció un sidecar precediendo al autobús de los pilotos. Dos ráfagas de fusil ametrallador y el sidecar dio dos vueltas de campana antes de estrellarse en el prado. El autobús se detuvo en seco, los pilotos saltaron a la carretera y se tumbaron en la cuneta. Explosiones, humo, gritos, en momentos así las cosas pasan con mucha rapidez. Nos retiramos, todos sanos y salvos, y en dos grupos de cuatro volvimos a nuestra base del Pé-de-Hourat. Esa misma mañana Radio Londres dio la noticia de que los alemanes tuvieron 8 muertos y numerosos heridos.

Esta acción tuvo muchas consecuencias. Por una parte, me dio seguridad con los hombres y cierto prestigio para nuestro grupo. Pero los alemanes retuvieron a muchos civiles y la propia Resistencia nos dijo que nos iba a desarmar, porque no podían permitir esta represión atroz. No querían actividades de éstas, porque decían que los civiles eran los perjudicados y había que esperar. Pero nuestra conciencia de lucha era total, no íbamos a esperar hasta el desembarco aliado. Los franceses incluso rompieron su relación con nosotros y nos amenazaron. Pero luego tuvieron que restablecer la relación, porque nosotros tampoco cejamos en nuestra política.

Poco a poco, según íbamos aumentando nuestro número y actividad, fueron llegando los miembros del Estado Mayor. Tras el primer instructor, un comunista madrileño, fueron llegando los cuadros de mando: Blanco, el nuevo instructor político; López, un navarro, militar profesional, que ha muerto hace poco en Biarriz; Francisco Quitián; un jefe de Batallón cenetista... Estudiamos la situación geográfica y fuimos situando los destacamentos en sitios estratégicos: en el Col del Aubisque, en Pé-de-Hourat, en Marie-Blanche, en Seurat... Y los españoles, al ver nuestras acciones, se venían con nosotros. Acabamos cubriendo toda la zona del Pirineo. Los destacamentos se componían de pequeños grupos de hombres, a veces a 20 kilómetros unos de otros, pero pomposamente los llamábamos “batallones”. Cada unidad tenía absoluta libertad para tomar decisiones militares. En los destacamentos había comunistas, anarquistas y socialistas enrolados a título personal, también algún republicano. Pero no recuerdo haber tenido nacionalistas. Había sí, ciudadanos de Vizcaya y Guipúzcoa, la mayoría de apellidos castellanos. En ese período no hacíamos distinciones. Nuestra única estrategia era enfrentarnos a los alemanes. Pero el PCE era preponderante. Los demás guerrilleros estaban a título personal, sin encuadrarse en unidades de igual color político.

Utilizábamos para los enlaces personas que estaban legales. La propaganda y algunos documentos iban en claro. Pero lo de las direcciones ya era un poema. Con un libro, del que había varios ejemplares, se establecía un código de tres números: página, línea y letra. Con ello se iban transcribiendo las palabras. Pero esto sólo se hacía para las direcciones o informaciones muy confidenciales. El problema era que si los alemanes te encontraban con una lista de números, ya sabían de qué se trataba y la única salvación del grupo era que aguantases sin hablar. El problema de las direcciones era tremendo. Porque podías caer tú, los de las direcciones y los que éstos conocían. En cualquier caso, el asunto de los documentos lo teníamos restringido a muy pocas personas. Los enlaces exteriores de la brigada se hacían con enlaces de la Agrupación Guerrillera. Se me convocaba a Pau, al piso de Rocha. A esas reuniones tenía que ir sólo. Bajaba de noche, con todas las precauciones. Allá te solían informar de los objetivos militares a cubrir: escaramuzas contra los destacamentos aislados, sabotaje de las instalaciones de suministro energético, destrucción de vías de comunicación... .

Si te cogían, había que ser consciente de que era preferible morir que delatar a los compañeros. Porque tú, como español y resistente, ya estabas perdido. Si eres un hombre o mujer de ideas, es ahí donde tienes que demostrar tu temple. Y el arraigo de las ideas. Esa es la prueba más dura que se puede pasar, donde das la talla. Había que cuidarse mucho de la policía. En primer lugar, utilizaba mucho el dinero y en época de necesidad era fácil corromper a la gente. Había muchos confidentes. Y luego estaba el asunto de la tortura. Yo siempre he tenido suerte. Me han encarcelado, me han dado palizas, pero nunca he tenido que sufrir verdadera tortura. La Gestapo a veces utilizaba aparatos eléctricos, “la bañera” o simplemente te arrancaban la piel a tiras. Eran refinados en su crueldad.

Una cosa que se vigilaba mucho era evitar que nadie dejase el destacamento para ver a su novia, porque eso había causado más de una caída. El problema de las mujeres, cuando uno está metido en un follón de estos, hay que congelarlo. Son imprudencias que en este período te podían hacer perder la vida. Las necesidades fisiológicas están siempre ahí, pero había que aguantarse. Claro, que quien tenía posibilidades, estaba tentado de decir: “Me voy, no me pasará nada...” Pero si te saltabas a la torera las normas, se derivaban grandes perjuicios para los demás.

El comandante Francisco Quitián se encargaba de las relaciones con el comité francés de la Resistencia. Éstos, que durante el año 42 y 43 habían estado bastante inactivos, al vislumbrarse la liberación habían salido de su pasividad. Y por la vía de Quitián y del comité francés, empezamos a relacionarlos con Londres, pero sólo logramos, en la época de Normandía, que los ingleses lanzaran un envío en la zona del Pé-de-Hourat. Cuando el desembarco fue la única vez que se nos abasteció directamente. Pero cuál sería nuestra sorpresa cuando vimos que, había armas, sí, pero muy poca munición. Y la munición entonces nos era más necesaria que las armas. Daba la sensación de que querían que luchásemos un mes, pero no más. Que nos desangrásemos contra los alemanes y que estuviésemos sin balas cuando llegasen los angloamericanos. O sea, que ya existía una total reticencia hacia nosotros. También aprovechábamos los paracaídas, que eran de color caqui, para hacer camisas. De un paracaídas pueden hacerse una cantidad impresionante de camisas. Teníamos grupos de mujeres que se encargaban de eso. Mi indumentaria, en los Pirineos, era una camisa de esas y unos pantalones y unas botas de caña alemanes. Tras un combate, al ver a un oficial muerto, pensé: “Estas botas de caña van a ser de mi número”. Y me iban como la puñeta. Luego, los ingleses nos lanzaron unas chaquetas y unos pantalones grises por paracaídas.

La estructura de mando seguía la división orgánica de la Agrupación Guerrillera. La dirección de la Agrupación hacía de Estado Mayor, poniéndose en contacto con los jefes de División. Éstos, a su vez, nos comunicaban las directrices y las órdenes a los jefes de las brigadas. Nuestro jefe de División era Vallador. Disponía de una red de casas seguras, desde donde por medio de una mujer nos avisaba para que estableciésemos contacto. Pero en la práctica, si había combates en la región, al jefe no lo veíamos ni por asomo. Porque todos los jefes de División habían sido impuestos de la misma forma por la Dirección y preferían quedarse a salvo. Cuando más falta nos hacían era cuando combatíamos contra el enemigo, para darnos instrucciones o apoyo moral. Pero las instrucciones las daban sólo cuando había tranquilidad. Con decir que a Vallador lo vi una sola vez, para presentarnos. En los dos meses largos de combates que tuvimos cuando la Liberación, no apareció. Y reapareció cuando expulsamos a los alemanes, con las órdenes.

La propaganda nos venía del Partido y, al final, de los boletines que lanzaba la Agrupación de Guerrilleros. Teníamos incluso nuestro himno de la 10ª Brigada: “Los guerrilleros de España / luchando van por llanuras y montañas / gritando todos por la libertad / Libertad de España / por una España libre / libertad nacional/ mueran Franco y la Falange / y viva la libertad”.

En febrero destruimos varias centrales eléctricas que abastecían a la industria y muchos postes de las conducciones. Cuando el desembarco de Normandía, el 6 de junio de 1944, hicimos los primeros prisioneros alemanes, la guarnición de Ferriéres. El pelotón del ejército y los capataces y guardianes de la mina se hicieron fuertes en un edificio. Tras un combate de dos horas, cuatro voluntarios lograron arrastrarse bajo sus ventanas y los obligaron a rendirse arrojando bombas de mano. Bajamos del monte e instalamos nuestro cuartel general en un hotel. Entre el 9 y el 15 de junio liberamos una importante zona del Departamento. El comandante Cavero capturó tres toneladas de víveres y numerosos prisioneros en la zona de Oloron. El destacamento de Serrat y del Marie-Blanche hizo lo mismo. Pero, a partir del 17, los alemanes reaccionaron y nos atacó una unidad de cazadores alpinos de Baviera. Eran muchísimos y la aviación lanzó hojas diciendo que estábamos perdidos y pidiendo nuestra rendición en tres días. La hoja servía de salvoconducto. Nos vimos obligados a retirarnos y fusilamos a los prisioneros alemanes. ¡La guerra es horrorosa! Pero no podíamos llevarlos al monte. Era una guerra sin cuartel. Los alemanes sí tenían posibilidad de encerrarnos, pero español que cogían, español que colgaban. Los cazadores llegaron hasta el hotel, lo quemaron y encontraron donde enterramos a los prisioneros fusilados. Desde ese momento hasta la Liberación los combates fueron casi continuos. Fui convocado a Pau y se nos informó que nuestra labor era destruir las vías de comunicación, volar puentes y vías férreas, evitando que los alemanes pudiesen reforzar el frente de Normandía.

El 27 de julio fue el peor día para la Brigada. Dos milicianos de Arudy condujeron por caminos de herradura a una columna alemana hasta el pueblo de Buziet, donde habíamos instalado a nuestros guerrilleros heridos o enfermos. Como no tenían armamento, apenas pudieron ofrecer resistenca. Los alemanes los sacaron fuera de las casas y en presencia de los vecinos les cortaron las orejas y los dedos a machetazos y luego les pegaron un tiro en la nuca. Allí murieron entre 14 y 17 guerrilleros. También perdimos algunas enlaces, como Emiliana Quitián, a la que se concedió la cruz de guerra. El jefe del destacamento de Marie-Blanche, “Federico”, hizo una zarracina contra un convoy de alemanes que se preparaba para atacar el destacamento del Pé-de-Hourat. Inmovilizó la columna de camiones en las estrechas carreteras que salían de Oloron y la destrozó.

También bajamos al valle para hacer nuestras operaciones. Volamos una fábrica que hacía trenes de aterrizaje para los alemanes. La dirección de la empresa era alemana, pero estábamos informados por los trabajadores franceses. Salimos de la zona del Col del Aubisque con cargas de “plastic” preparadas. La misma mecha era también explosiva, no como en el anterior material que era con mechas industriales. Era como la masilla de cristalero. Colocabas las cargas en forma de bolas debajo de las máquinas, les metías la mecha y la explosión era al unísono. ¡No quedaban sino las cuatro paredes y alguna vez ni eso!

Nuestra acción fue eficaz y bloqueamos a los alemanes, que se quedaron sin poder circular. Y cuando quisieron hacerlo, sólo les quedaba ya abierto el camino de España. Ya cerca de la Liberación, recuerdo que escogimos un lugar para copar a un convoy alemán en una carretera de montaña. Colocamos dos fusiles ametralladores y algunos fusileros en un desfiladero por el que pasaba la carretera. Bloqueamos el convoy y los guerrilleros lanzaron las granadas. Nos retiramos cubiertos por las ametralladoras. Les hicimos una auténtica escabechina.

En la última campaña, desde Canfranc hasta el mar, capturamos a las fuerzas alemanas que querían retirarse a través de España. La antigua guarnición de Pau se iba concentrando en Aguas Buenas, Gavas, una ciudad balneario, un pueblo lleno de hoteles cerca de Oloron. De allí tenían España, Canfranc, a sólo cinco o seis kilómetros. No podíamos vencerlos atacando por la parte francesa, porque tenían muchos más efectivos y capacidad de fuego que nosotros. Por ello fue necesario entrar varios kilómetros en territorio español, para tomar enclaves estratégicos y cerrar los pasos. Montamos nuestras líneas. Ya teníamos ametralladoras y morteros cogidos al enemigo y nos establecimos dominando la carretera y los pasos. Los alemanes intentaron pasar de frente por la carretera y los bloqueamos. Luego intentaron pasar por senderos, en fila india, pero tampoco lo lograron. Levantaron bandera blanca y pidieron rendirse a los franceses.

Monté una estratagema. Con unos pocos uniformes franceses que teníamos, mandamos un destacamento disfrazado. Ordenaron a los alemanes que formasen en línea de a tres y que fuesen dejando las armas. Cuando acabó la operación, aparecimos y al ver que éramos españoles, había quien se ponía de rodillas, clamando a Dios. Los tratamos bien, porque ahora las circunstancias lo permitían. Hicimos muchísimos prisioneros. Yo, con cuatro tíos que llevaban unos “naranjeros” de impresión, fuimos con el comandante alemán para que nos enseñase lo que había. Tenían radios, máquinas de escribir, camiones, máquinas fotográficas... Y un cofre fuerte con varios millones de francos. Le dejé a uno vigilando y llamamos a los franceses para que lo recogieran. En ese momento prefería las armas al dinero de los cofres. Aquí tomamos toneladas de material, explosivos, armamentos, que utilizamos en la invasión del Pirineo contra Franco.

Nos instalamos en Cambo. La Brigada tenía unos 300 hombres. Fuimos a los campos de concentración de Hendaya con el Prefecto y el Gobernador Civil, liberamos a los prisioneros y los mandamos a diversos batallones. La guerra había terminado. Los guerrilleros disponíamos de unos 15.000 hombres encuadrados bajo los pomposos nombres de divisiones, brigadas... términos que nunca me gustaron. Para mí eran agrupaciones guerrilleras. En Montrejeau se colocó la sede de ellas. Con la euforia de la Liberación se formaron algunas unidades españolas fuera de la Agrupación, como el Batallón Libertad, en Burdeos. Eran cenetistas. Ellos, a diferencia de la Brigada de la UNE de Burdeos, que algo había luchado, aunque durante poco tiempo, no hicieron ninguna resistencia, sólo “mercado negro”.
Tras la Liberación vimos por primera vez a la Dirección del PC del exterior y a Carrillo, porque durante la guerra no supimos nada de ellos. Luego fue viniendo el resto del Comité Central desde Moscú: Ignacio Gallego, Antonio Beltrán, que llegó en 1945, Antón... Se acababa de instalar en la Avenida Wagran, en París, cerca de la Plaza de la Estrella, a 400 m. del Arco del Triunfo, donde convergen media docena de avenidas (5).

Nosotros instalamos un hospital en Salilles de Bearn. Allí, por primera vez, la Brigada dispuso de un médico. Un doctor donostiarra bastante conocido, exiliado en Pau, que vino a ofrecerse para cuidar a nuestros enfermos. Se instaló con su mujer, que era muy guapa por cierto. Y empezó su labor. Y al tiempo nos vino una inspección médica francesa y nos regañaron porque los envíos de morfina que pedíamos eran excesivos. López y yo prometimos investigar. Descubrimos que el médico se levantaba por la noche, cogía una manta y se iba al water, donde se pasaba horas. Allí lo sorprendimos y tenía el brazo llagado de pincharse. Era morfinómano. Lo tuvimos que expulsar y nos quedamos de nuevo sin médico.

En Cambo fuimos en visita de cortesía a ver a monseñor Múgica, el obispo exiliado. Estaba medio ciego (6) y recuerdo que nos obsequió con una buena botella de vino. Vivía rodeado de personas de las principales familias del nacionalismo vasco. Estoy viendo la escena: ellos bien comidos, limpios, trajeados y nosotros con nuestras barbas y la mugre del monte. Querían sondearnos, sobre todo a mí, como vasco, cuáles eran nuestras intenciones. Finalmente nos instalamos en la residencia del cónsul español en Pau, en villa Castilla, donde el jefe de la Agrupación Guerrillera, Luis Fernández, estableció el cuartel general. La UNE siempre había tenido su principal bastión en la zona pirenaica, del Mediterráneo hasta el Atlántico. Mientras duró la lucha con los alemanes, surgieron grupos en otras zonas, pero ahora los íbamos a trasladar hacia el sur con el pensamiento de pasar a España.

Notas

(1) Con este artículo finaliza la trilogía dedicada a Victorio Vicuña, fallecido en junio de 2001, guerrillero en Francia y en España de 1942 a 1947, publicada en los números 274 y 284 de esta revista.

(2) Subfusil tipo Schneider.

(2) Los dos últimos morirían el año siguiente, uno fusilado por Franco y el otro en un combate contra la Guardia Civil en la provincia de Gerona.

(3) Hasta mayo de 1944 el SOE británico entregó mediante 1.665 vuelos las siguientes armas al maquis francés: 80.000 subfusiles, 17.000 fusiles, 3.500 fusiles ametralladores, 30.000 pistolas, 900 anticarros de carga hueca y 160 morteros. Estos datos reflejan la marginación en que se mantuvo a los guerrilleros españoles.

(4) La dureza de la ocupación en el departamento de Basses-Pyrenées queda reflejada en estas frías estadísticas: 197 resistentes fueron muertos en combate o fusilados y 163 civiles perecieron en los combates; de los más de 1.700 deportados, 650 hombres, mujeres y niños murieron y 1.187 de los internados en el campo de concentración de Gurs dejaron allí su vida.

(5) Suprema ironía, en esa avenida los alemanes instalaron durante la ocupación la exposición internacional “El bolchevismo contra Europa” para adoctrinar a los franceses contra los males del marxismo.

(6) Otro testigo presencial de esta visita, que solía tratar habitualmente al obispo, nos ha negado que su vista estuviese tan deteriorada. Al parecer, monseñor Múgica simuló un tanto su enfermedad, temeroso de que los “rojos” se vengasen de su apoyo a la dictadura de Primo de Rivera o al mismo Franco los primeros días del alzamiento.

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