¿Fue el maquis una fuerza democrática?

César Vidal
LIBERTAD DIGITAL 06/06/2001

En el curso de los últimos meses se ha producido la publicación de varias obras que, bajo distintos enfoques, tienen como finalidad común reivindicar la actuación de los maquis durante los primeros años del franquismo. Aunque en algún caso —cinematográfico y literario— se indica que se trata de relatos ficticios, en su mayor parte estas obras contienen pretensiones de historicidad
y, muy especialmente, de recuperación de una supuesta memoria histórica perdida, aquella que nos indicaría que los maquis fueron combatientes por la libertad de España. Pero ¿fue realmente una fuerza democrática el maquis? En caso de victoria, ¿hubieran traído a España la democracia?

La historia del maquis se inicia durante la guerra civil española. Siguiendo el consejo de distintos asesores soviéticos que apelaban al papel desempeñado por las guerrillas durante la guerra civil rusa —recordemos la historia del mítico Chapayev— se crearon unidades de guerrilleros que debían llevar a cabo acciones en la retaguardia enemiga apoyándose en simpatizantes que habitaran en esa zona. Las unidades de guerrilleros tuvieron un éxito muy escaso. Dirigidas por Ramón Mercader, el comunista y agente de la URSS que, posteriormente, asesinaría a Trotsky en México, buena parte de sus combatientes fueron anarquistas pero sus mandos estuvieron de manera mayoritaria en manos comunistas. En estas unidades recibieron entrenamiento especial incluso algunos miembros de las Brigadas internacionales que luego formarían parte de la Resistencia contra Hitler en la Europa ocupada y agentes del NKVD soviético que, finalmente, serían infiltrado en el OSS americano, el precedente de la conocida CIA.

Curiosamente, el papel del maquis se incrementó precisamente a medida que se iba afianzando la victoria de las fuerzas de Franco. Así quedaron algunas bolsas de combatientes aislados en regiones como Galicia o Asturias. Al acabar la guerra, los restos de estos grupos a los que se sumaron otros localizados en diversas partes de España continuaron una resistencia cuya única esperanza de éxito real se fundaba en una intervención aliada contra Franco. En su aplastante mayoría los componentes de los diversos maquis eran anarquistas o comunistas produciéndose ya a inicios de los años cuarenta un predominio de estos últimos. De hecho, su acción más importante —y totalmente fallida— que fue la invasión del valle de Arán fue una indudable hechura del PCE. Esta circunstancia precisamente iba a imprimir al movimiento unas características muy peculiares con una acentuada conexión con la dinámica de la guerra fría.

Ciertamente, el movimiento de los maquis era marcadamente antifranquista pero, a la vez, mantenía una obediencia ciega hacia la URSS gobernada en aquella época por Stalin y pretendía implantar en España un gobierno comunista semejante a los que aparecerían en Europa oriental a partir de 1946, gobiernos, por cierto, cuya conquista por parte de los comunistas ya había sido ensayada en España desde finales de 1936. A este respecto, la propia documentación de los maquis no deja lugar a dudas. Junto con proclamas durísimas dirigidas contra Franco y el régimen —proclamas en las que no pocas veces se indican las últimas acciones de cada grupo generalmente reducidas a asaltos para obtener fondos y a asesinatos de agentes del orden o de falangistas conocidos en la zona— en las fuentes aparece una sumisión total a las consignas de la URSS, algo por otro lado totalmente comprensible en los partidos comunistas de la época.

Así, por ejemplo, el 15 de septiembre de 1947, el Informe político del B. P. está dedicado a vituperar el Plan Marshall como una diabólica maniobra de Estados Unidos, a atacar al supuesto imperialismo británico y norteamericano, a insistir en el papel del PCE (“el partido más republicano de España”) y a hacer un llamamiento a utilizar “el terror” para oponerse al terror franquista. El 1 de diciembre de 1948, el propio Santiago Carrillo en “Nuestra bandera” publicaba un extenso trabajo titulado “Sobre las experiencias de dos años de lucha” donde volvía a incidir en la misma visión de la guerra fría que llamaba a un enfrentamiento con occidente y a la sumisión de España a la política soviética. De esta manera, tras calificar las acciones de Estados Unidos de “política reaccionaria, de dominación y de guerra”, apelaba a las instrucciones del camarada Zdanov vertidas en la reunión de partidos comunistas celebrada en Varsovia a finales de 1947. Carrillo insistía en este texto en que el PCE “se ha quedado solo” enarbolando la bandera de la república y de la democracia aunque esa circunstancia no debería causar desánimo.

El “ejemplo de los bolcheviques” así como los avances en el Este de Europa indicaban un camino de esperanza, camino que, por supuesto, se identificaba con las dictaduras comunistas conocidas como “democracias populares”. El 1 de junio de 1949, Juventud publicaba un artículo titulado Paz en el mundo donde se abundaba en estas tesis. Nuevamente las potencias occidentales eran presentadas como una amenaza para la paz mientras que la URSS era su segura garante. El 1 de noviembre del mismo año un manifiesto dirigido a los maquis que actuaban en el interior repetía —como ya era habitual— las mismas consignas y hacía un llamamiento directo a realizar en España una toma del poder por los comunistas similar a la realizada en los países del Este de Europa. De todos es sabido que la tesis del levantamiento armado se mantuvo en la agenda del PCE hasta la década de los sesenta y es también conocido que fracasó. Las razones fueron varias.

Por supuesto, en ello influyó el control que Franco tenía sobre el ejército y las fuerzas del orden público que, poco a poco, acabaron eliminando los focos de resistencia del maquis. A esto se unió el hecho de que, a pesar de los panfletos, el maquis fue escasamente popular. Por supuesto, la parte de la población española —millones— partidaria de Franco sólo los podía ver negativamente pero a esto se añadió que un sector no menos significativo de simpatías republicanas guardaba un recuerdo acusadamente negativo del comportamiento de los comunistas durante la guerra civil española ya que el PCE efectuó matanzas sistemáticas no sólo de simpatizantes con los alzados sino también de anarquistas, poumistas e incluso socialistas. Finalmente, la geoestrategia situaba a España muy lejos de las apetencias de Stalin. En Polonia, en Rumania, en Hungría, en Checoslovaquia la cercanía con la URSS había permitido a los comunistas entrar en gobiernos de coalición que, en una fase ulterior, eran objeto de golpes de estado que les proporcionaban el poder total y absoluto. Semejante posibilidad estaba descartada en España como lo había estado en Francia e Italia donde los respectivos partidos comunistas eran mucho más fuertes y contaban con un mayor apoyo popular por su papel en la lucha contra la ocupación alemana.

Por lo tanto, el maquis fue un movimiento decididamente y encarnizadamente antifranquista pero no tenía finalidades, objetivos ni ideología democrática. Su triunfo —una verdadera ucronía rayana con la quimera— no hubiera significado, desde luego, la implantación de la democracia en España sino su sumisión a una dictadura stalinista semejante a las que en aquella misma época se apoderaban de las distintas naciones de Europa oriental.

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