Elogio de los últimos héroes

Antonio Casares


 Estas palabras quieren ser espejos
que devuelvan la luz a la memoria
y la verdad oculta de una historia
que algunos piensan demasiado lejos.


Es una historia trágica y oscura
en el país más triste del planeta,
que se olvida del héroe o del poeta
y ensalza con orgullo la locura.

No la locura del genial Quijote
que defiende el amor de Dulcinea
o lucha hasta morir por una idea,
sino la de Pilatos o Iscariote.

Nos hablan de gloriosos militares,
en lugar de cobardes o traidores,
sobre la podredumbre ponen flores
y sobre nuestros sueños lupanares.

Todo empezó en una aciaga fecha
que habría que borrar del calendario:
un general traidor y reaccionario
se hizo adalid de la letal derecha.

Y comenzó una guerra fratricida
que se llamó civil por eufemismo,
¿hay algo de civil en el fascismo?,
¿es civil su desprecio por la vida?

Salió la madre a ver al miliciano
y el niño a despedir a quien quería.
¡Cuántos años de muerte y de agonía
fieles al ideal republicano!

Un Régimen creado de la nada
y un general surgido del averno
convirtieron a España en un infierno
y al hombre en una sombra desterrada.

La Iglesia fue aliada del tirano:
pasearon bajo palio al asesino,
comulgaron con ruedas de molino,
y fueron con el diablo de la mano.

Sabemos que la Historia la han escrito
los causantes del odio y de la guerra.
¿Qué huellas dejarán sobre la tierra
aparte del dolor, que es infinito?
Para éstos dejo escrito mi desprecio
y el desprecio de todo bien nacido.
Sus nombres quedarán en el olvido,
pues la traición también tiene su precio.

Pero hubo algunos hombres libres, bravos,
que no adoraron del fascismo el templo
y se fueron al monte a dar ejemplo:
preferían morir que ser esclavos.

Socialistas de cuño verdadero,
soñadores de un mundo igualitario,
hermanos de Durruti el Libertario,
con el temple más fuerte que el acero.

Emboscados al norte de los sueños,
forjados en la lucha por la Idea,
escribieron su anónima odisea
para que el mundo no tuviera dueños.

Son héroes sin estatuas ni oropeles,
hombres con el orgullo de ser hombres.
No es el momento de decir sus nombres,
ni de poner efímeros laureles.

Sus almas dan la luz a las estrellas
y su fulgor a las constelaciones,
y han dejado en nuestros corazones
la memoria imborrable de sus huellas.

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