Desagravio a seis maquis

Marifé Moreno
EL PAÍS 18/02/1998

Familiares y amigos de guerrilleros antifranquistas recuperan sus restos en el lugar donde fueron tiroteados.
Alfredo Otero, hoy con 69 años, tenía 12 cuando presenció con ojos atónitos y desconcertados la feroz lucha a muerte de la partida de maquis de El Maestro con la Guardia Civil.

Tres guerrilleros murieron en un primer tiroteo al alba, tras ser descubiertos por un chivatazo en un pajar, y el resto, otros tres, perdió la vida entre pinos y viñas, al pie del cementerio de Canedo (León), donde iba a ser su tumba hasta ayer. Se desconoce si hubo bajas en el otro bando.Alfredo no recuerda si fue Luis Martínez, natural de Paradaseca (León), o el propio Florentino, apodado El Maestro, asturiano de Luarca, quien fue rematado de un tiro por un oficial de la Guardia Civil, pero en 57 años no ha logrado olvidar ni un solo día la faz ensangrentada de los seis guerrilleros. Quizá por eso, durante este tiempo, Alfredo, que dice no entender de política, ha sido de los pocos que de forma continuada han llevado flores silvestres a la fosa común, fuera del camposanto, donde se depositaron los seis cadáveres, los de los dos citados y los de sus compañeros Delmiro y Gerardo Lamas, de Cantexeira; Gerardo González, de Canedo, y Brindis Mauriz, de Paradaseca, leoneses los cuatro. Los años transcurridos han entretejido el mito, la leyenda y finalmente el olvido. Hasta tal extremo que, hace más de un año, unas obras municipales de mejora del entorno del camposanto embrearon la fosa común, convirtiendo el lugar en un paso público.

La lucha de Argimira, hija de Brindis Mauriz, para que los restos de su padre y los de sus compañeros fueran exhumados y trasladados al recinto del cementerio logró ayer su objetivo. En seis meses, la hija del guerrillero, enferma y con más tenacidad que medios, ha buscado sin tregua ni respiro a familiares y compañeros de estas víctimas del franquismo hasta dar con todos los que aún quedaban vivos. Ayer, una pala excavadora del Ayuntamiento de Arganza, municipio al que pertenece Canedo, rescató lentamente de entre la brea y la tierra, durante más de una hora y media, a casi un metro de profundidad, las agujereadas calaveras y otros restos de los maquis. "Ahora, sólo quiero que, el cura les eche el responso y que descansen en paz, para siempre", dice entre lágrimas Argimira.

Ella perdió a su padre con cinco años y a su madre con 12, pero a pesar del tiempo transcurrido recuerda, los meses de cárcel junto a sus cinco hermanos y las torturas empleadas por la dictadura. "Era una niña. Sufrí lo que no se puede contar por vergüenza. Al volver al pueblo sólo estaban las paredes de mi casa. Tuve que servir y coser para poder comer...".

Los restos de los seis maquis muertos en Canedo reposarán desde hoy, en que se cumple el 57º aniversario de su muerte, en el cementerio municipal de Arganza. Los familiares y el alcalde, Gabino Cascallana, de IU, han preferido rehuir los trámites burocráticos que la Iglesia imponía para que el entierro se celebrara en el propio camposanto de Canedo, a poco más de un metro de distancia de donde han permanecido sepultados todos estos años. Manolo Zapico, apodado El Asturiano, y Francisco Martínez, Quico, ambos de 72 años, compañeros del popular maqui Girón, cabecilla de uno de los grupos de la resistencia armada antifranquista más perseguidos en la posguerra, no quisieron perderse este momento. Los dos se trasladaron desde Francia para presenciar la exhumación. "Es de justicia tratar de rescatar del olvido la memoria de los que lucharon por conseguir la democracia que ahora hay en España", afirma Quico con cierto resquemor. El Asturiano y Quico iniciaron su huida a Francia el 26 de septiembre de 1951, ayudados por enlaces vecinales de León, Valladolid y Navarra, un día antes de morir Girón a manos de un infiltrado que se hizo pasar por proscrito. Con la difícil huida terminaron años de lucha y persecuciones en los densos montes de León, Asturias y Galicia. "Nuestra lucha era modesta, buscábamos la libertad y nos tiramos al monte, pero no éramos bandoleros. El desconocimiento de esa historia hace vulnerable la propia democracia".

Desde 1988, los dos viejos guerrilleros comunistas intentan sin éxito que el Gobierno español les considere víctimas del franquismo. El silencio ha sido la única respuesta oficial.

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