Más alla de la utopía: Agrupación Guerrillera de Levante.

Autor: Fernanda Romeu Alfaro
Editorial: Universidad de Castilla-La Mancha
Año: 1987
Descripción: 576 p. il. 24x17 cm

Prólogo: La guerra no acabó el 1 de abril de 1939. El propio Franco lo dijo días después en un viaje por Andalucía: «Alerta, Falangistas, que la guerra no ha terminado».

El Ejército «Rojo» estaba, desde luego, cautivo y desarmado. Pero quedaron hombres y mujeres, dentro y fuera de España, que no se resignaron a la derrota, y continuaron su lucha contra el régimen «franco-falangista», como gustaban decir algunos. Y adoptaron la forma de lucha lógica cuando se combate a un enemigo incomparablemente superior en medios materiales, humanos y políticos: la guerrilla.

¿Guerrilla? La lucha armada rural -y a veces urbana- contra el régimen de Franco en la década de los cuarenta ha sido llamada de varias formas. Y ya se sabe que nombrar es valorar. Uno de los primeros recuerdos de infancia del que esto escribe se relaciona con una acción terrorista, de sabotaje, realizada en una zona de intensa actividad guerrillera: la voladura de una subestación eléctrica. El «petardo» que dejó sin luz al pueblo lo habían puesto «los rojos»; porque éramos niños de familia franquista no podíamos, ni sabríamos decir «los republicanos»; porque éramos niños de antes de la tele ignorábamos el lenguaje oficial y no teníamos más vocabulario que el de la casa, la calle y la escuela.

Por eso resultaba raro, extraño al lenguaje infantil que un sacerdote, venido de otra región, se refiriera a ellos con el nombre de «bandoleros». Uno supo después, mucho después, que «el Régimen» denominó oficialmente e hizo llamar así a los protagonistas de la oposición política armada contra él: como España era « Una», los españoles debían pensar, sentir y actuar políticamente de forma unánime; como en un régimen de autoridad todo el mundo hace lo que debe hacer, los españoles hacían lo que debían; y si la realidad demostraba que algunos disentían, no sólo con el pensamiento y con el sentimiento, sino incluso con las armas, se niega la realidad negándole su nombre. Y así la violencia política es transmutada en delito común, con lo que la Verdad oficial queda incólume y el principio del Caudillaje no sufre la más mínima quiebra.

Ya en los años sesenta se empezó a difundir entre los no iniciados otra palabra, «maquis», que sonaba muy francesa, a Resistencia y a Segunda Guerra Mundial; pero también a algo sin relación ninguna aparente: a bosque mediterráneo de matorral y monte bajo. El nexo entre la geografía y la historia, entre el fenómeno francés y el español es de raíz italiana: Gettarsi alla macchia, dicen en la lengua del Dante; echarse al monte, en román paladino. Y en efecto, el monte -el bosque- es tan esencial a la guerrilla como la Guardia Civil y los guerrilleros mismos: refugio, vivienda, cuartel, campo de batalla y símbolo. (Símbolo viviente. Y protagonista verdadero, Véase la película de Manuel Gutiérrez Aragón estrenada en 1978 y titulada, con toda propiedad, El corazón del bosque).

¿El maqui o el maquis? La duda y duplicidad en su ortografía expresan un cierto rechazo al trasplante del vocablo. Existe, por contra, una palabra, genuinamente española, exportada -como otra coetánea: liberalal- léxico político del medio mundo, que germina, arraiga y crece en suelo propio: guerrilla. Que no es sólo una forma de combate militar, sitio también una causa y una idea. Los hombres y mujeres cuya historia se cuenta en este libro se pusieron a sí mismos el nombre de guerrilleros y guerrilleras, y a su lucha el de guerrilla. La memoria histórica, viva por más de un siglo, enlaza fluidamente con 1808.

Rojos, bandoleros, maquis, guerrilla: cuatro nombres, cuatro visiones, cuatro matices, cuatro ideas. Fernanda Romeu se queda con la última. Lógicamente.

Vista a los cuarenta años, no resulta fácil explicarse la guerrilla. La derrota militar en la guerra civil fue total, la represión política que le siguió, absoluta, el apoyo internacional prácticamente nulo. Se entiende el fenómeno de los «huidos» al terminar la contienda: de momento era una forma de escapar a la prisión, tal vez a las torturas («antes se daban palizas de muerte, no como ahora»), e incluso a la pena capital. La guerra en Europa estallaría pronto y, antes o después, cambiarían las cosas. ¿El pacto germano-soviético? 0 se ignora o no se cree. En cualquier caso, lo primero es sobrevivir.

La derrota nazi-fascista y la correlativa victoria de las democracias occidentales y de la Unión Soviética suscita en los españoles antifranquistas, de dentro y de fuera, unas expectativas sobre la inminente caída del régimen, que son, sin duda, la clave primera de toda esta historia. Para Franco, los años más difíciles fueron los que van de 1946 a 1949, justo los de más intensa lucha guerrillera. No es que la debilidad del franquismo se debiera a la intensidad de la guerrilla, sino al revés: el esfuerzo guerrillero se redobla porque la debilidad del régimen se acrecienta. Bloqueo internacional, político, diplomático y económico, sequía y hambre. Incluso entre los fieles al Caudillo dudas, críticas y movimientos de oposición que una férrea censura impide conocer. Sólo así se explica ese contacto -aportación documental importantísima de Fernanda Romeu- entre jefes guerrilleros y un jefe militar con vistas a una insurrección armada antifranquista.

Pero el contexto internacional afectaba a todos los españoles, franquistas y antifranquistas, y sólo unos pocos nutrieron la guerrilla. El resto de las claves hay que buscarlas dentro de ella, en sus hombres y mujeres, en su organización. Hay algo en la mente, en la identidad guerrillera, sin lo cual aquélla no puede explicarse.

Lo dicen sus propios textos: «Hemos sido creados para el combate, Y en él está nuestra suprema razón de ser». Pero para combatir hay que tener una causa, creer en ella con fe ciega y obrar para lograrla con disciplina férrea. «Luchábamos para restablecer la democracia, para construir un gobierno constitucional y para que el pueblo eligiera quien lo debía organizar». Lo que ocurre es que a veces luchaban a pesar de e incluso contra algunos sectores de ese pueblo, o porque estaban a gusto con Franco o porque sólo querían sobrevivir en paz. Y además estaba la lucha contra «los elementos" la supervivencia en el monte. Y, claro está, contra la Guardia Civil. Combatir a semejante enemigo entre tantos y tan grandes obstáculos sólo pueden hacerlo hombres v mujeres que formen, a la vez, un partido, una iglesia y un ejército, con su dogma, su disciplina, su código, su excomunión y sus condenas. Lo era por antonomasia, aunque no exclusivamente, el Partido Comunista.

Fernanda Romeu lo cuenta con detalle. 0 mejor dicho, hace que lo cuenten los protagonistas mismos (y tal es uno de los principales atractivos de este libro). A uno le llaman la atención tres cosas sobre todo. Una es el espíritu y organización militar que expresan los documentos. Los guerrilleros funcionaban con una jerarquía castrense, inspirada y llamada como en el Ejército profesional, y hasta tenían su sección de Estado Mayor; se consideraban «un ejército regular que opera en territorio amigo»; en un determinado momento «declaran el estado de guerra dentro de la zona de bosques» de un sector; y terminan pidiendo al Gobierno de la República en el exilio que les reconozca, a efectos militares, los grados conseguidos en combate guerrillero.

Otro hecho a destacar es la lucha «contra los elementos» mencionada más arriba. Parece claro que la supervivencia en el monte acaparó la mayor cantidad de tiempo y de energías: la búsqueda del alimento cotidiano, que borraba a veces la frontera entre guerrilla y bandolerismo; resistir, como animales, una vida a la intemperie; la dramática necesidad de médico y medicinas, en caso de enfermedad o herida; el problema que suponía salir del campamento a por agua, muchas veces reservada para beber y cocinar; la dificultad de lavar la ropa o lavarse uno mismo, por más que el manual del guerrillero aconsejara: «límpiate los dientes a diario»; y, por qué no, la sobrecarga de íntima tensión que producía una abstinencia sexual prolongada durante semanas y durante meses.

Y está, también, la presencia v el papel de las mujeres, en la guerrilla misma o en los puntos de apoyo. La autora tiene una lógica sensibilidad para este tema, y no es pequeño mérito la lección que nos da a los historiadores varones al recoger, valorar v narrar toda una serie de hechos imprescindibles que el androcentrismo tradicional del oficio pasa olímpicamente por alto. Al prologuista le basta uno, que vale por todos. En el momento de la cárcel y la tortura, cuando las esperanzas se han demostrado ilusorias, cuando la moral y hasta la resistencia física se vienen abajo, Adelina, «La Madre», anima a sus compañeras con una lección de serenidad y madurez que sólo puede captar quien entienda el lenguaje de las mujeres del campo: «A donde va el cuerpo, va la muerte, que sea lo que Dios quiera».

El monte, la guerrilla... y la Guardia Civil. Tal vez sea una impresión muy personal: dado el tema del libro, los guerrilleros son los protagonistas, que piden, obviamente, unos antagonistas; lo lógico es que éstos sean los guardias civiles; pues no. 0 por lo menos, no del todo. El antagonista real, el «enemigo» es el Estado franquista; los hombres del tricornio son tan sólo su instrumento. Dicho de otra forma: Fernanda Romeu hace la historia de los guerrilleros y, como es normal, siente amor por sus biografiados; pero eso no implica ni la menor sombra de maniqueísmo. Primero, porque el rigor profesional hace que la crítica histórica penetre todo su trabajo. Segundo, y esto es lo notable, porque, haciendo historia política, busca siempre entender a los seres humanos que la vivieron, sus motivaciones, sus ideas, sus sentimientos. Para lograrlo nos ofrece el testimonio del hoy general Angel Martín Díaz-Quijada, que participó muy directamente en la represión del llamado bandolerismo.

La Guardia Civil es una de las instituciones más importantes de la España contemporánea. Han pasado la monarquía constitucional y la democrática, la república federal, la unitaria y la autonómica, la dictadura, la dictablanda y el franquismo; vivimos ahora en la monarquía parlamentaria. La Guardia Civil permanece, idéntica a sí misma (aunque decir esto pueda parecer un tópico barato). Y sin embargo, qué mala historiografía ha tenido la Guardia Civil. 0 es el canto a las glorias del Cuerpo, hecho por sus hijos; o el recuento insulso de material y efectivos y la descripción empírica de su organización,- o el análisis ideológico de su función política, más o menos penetrado de dogmas y prejuicios. Pero se sabe muy poco de los hombres que más sabían de los españoles de su tiempo porque su trabajo consistía -y consiste- en conocerlos, protegerlos, vigilarlos o perseguirlos, según los casos. Pues bien, el testimonio de Díaz-Quijada elaborado por Fernanda Romeu, aun refiriéndose a un tema muy limitado y concreto, hace que el lector trascienda la visión tópica y predominante de la Guardia Civil de panfleto y opereta, se interne en el mundo normal, corriente, prosaico de sus miembros y comprenda un poco más y un poco mejor la institución, sus hombres y sus actos.

La historiografía sobre la guerrilla ha pasado por varias etapas. Primero fue la hecha por sus represores, como narración y exaltación de un servicio prestado a la sociedad, que costó al Cuerpo un no pequeño tributo de sangre. Fue la única posible, en el interior, durante décadas; la aportación documental de algunos trabajos los convierte en referencia indispensable. En el exilio se inició la línea opuesta, continuada dentro a partir de 1975, con poco rigor, salvo excepciones. En la primera los guerrilleros eran alimañas a extirpar, en ésta héroes a magnificar. Por encima de militancias y algún que otro revanchismo, hay obras que contienen datos muy estimables.

En los últimos años se ha iniciado, por fin, una línea de investigación de la guerrilla que, motivada en general por una actitud de simpatía, está sin embargo penetrada de exigencia de rigor profesional como requisito indispensable para abordar el estudio y dar a conocer sus resultados. Las obras publicadas hasta el momento tienen, entre otras, una característica común: su carácter regional. Estimulado o no por el espíritu autonómico, el deseo de afirmar la propia identidad mediante el conocimiento del pasado, la subvención de las Comunidades Autónomas, o la necesidad de hacer la historia de los vencidos en la guerra, el caso es que se está demostrando como el más eficaz y rentable en términos historiográficos. Ya pasó el tiempo de las generalizaciones ideológicas y llegó el de las reconstrucciones empíricas, con datos completos, fiables y de primera mano. El marco territorial más adecuado, lo bastante pequeño para ser abarcable y lo bastante grande para no caer en localismos, es el regional. Y ése es, precisamente, el que ha escogido Fernanda Romeu, el de su tierra valenciana, algo ampliada para adaptarla al territorio en que operaba la Agrupación Guerrillera de Levante.

Sus fuentes de información han sido las mejores posibles, las únicas fiables. Entre las escritas más importantes, las conservadas en el archivo del Partido Comunista y en el de la Guardia Civil (para cuya consulta ha demostrado una energía, paciencia, vocación y capacidad de trabajo poco comunes). Entre las orales, que ya han adquirido carta de naturaleza en nuestra historiografía, la información aportada por los principales protagonistas vivos, hombres y mujeres, habitantes del monte y de la casa-cuartel. En gran medida, éste es un libro documento. La autora interviene, pero no mediatiza; acerca los protagonistas al lector, pero no se interpone entre ellos. Se propone recrear el pasado para que lo entendamos. Y lo consigue.

ANTONIO Mª CALERO

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