Una lucha por la libertad

Rubén Arribas
EL DÍA DIGITAL. Cuenca.

Los grupos guerrilleros de las agrupaciones La Mancha y Albacete y Levante y Aragón fueron los que actuaron en las tierras de Castilla-La Mancha hasta la retirada del año 1948

Terminó la Guerra Civil y, con la llegada del régimen de Franco, comenzó la represión en numerosos puntos de España. En Castilla-La Mancha, uno de los lugares en los que este episodio de la historia española fue más cruel fue el municipio albaceteño de Villarrobledo.
Antonio Esteban, jefe de la Quinta Agrupación de La Mancha y Albacete, uno de los grupos guerrilleros que actuaron en la España franquista, recuerda que en Villarrobledo "hubo una represión horrible, como no se ha visto seguramente en ningún otro sitio de España, por lo que hubo muchos huidos que se escondieron en las casas". Éste sería el germen del grupo guerrillero de la región, que se encargó de organizar en 1946 Pedro Díez González, un enviado del comité central del Partido Comunista.

Y si por algo destacaba esta agrupación de La Mancha era por actuar en una tierra no muy apropiada para llevar a cabo acciones guerrilleras. Al contrario que la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón (AGLA), que actuó en la serranía de Cuenca, ellos no contaban con las mismas condiciones por estar en un terreno poco montañoso.

"Nuestro grupo actuaba en la zona cercana a Jaén, con algo de montaña, pero el resto estaban en otra situación", señala Antonio Esteban, al que se le dio el apodo de 'Roble'. "En verano nuestra selva eran los trigos, que nos salvaron en muchas ocasiones porque, cuando eran altos, nos metíamos allí y resistíamos un día o lo que hiciera falta".

Además de los campos de trigo, la Agrupación de La Mancha y Albacete contaba con las casas. "Teníamos siempre lo que llamábamos bases guerrilleras, gente que nos ayudaba y desde cuyo hogar partían las acciones", dice Esteban. Terminada la operación, el grupo guerrillero volvía a la misma casa o, si había peligro, iban a otro lugar lejano para evitar la represión que podía producirse tras el golpe.

Simpatías
Por supuesto, la gente que apoyaba a las guerrillas se jugaba mucho, pero en numerosas ocasiones las posibles represalias no evitaban la colaboración o, al menos, la simpatía. "La relación con la gente de los pueblos era muy buena y si no había una mayor relación era porque había un miedo enorme, ya que el que nos ayudaba se jugaba la cárcel y, a veces, la vida. Pero en su fuero interno decían que lo que hacíamos era estupendo", afirma Esteban.

Florián García, jefe del undécimo sector del AGLA, recuerda las palizas y fusilamientos a campesinos de la zona de Talayuelas y Sinarcas por no delatar a los guerrilleros. "Muchos de ellos no eran hombres muy políticos, pero no olvidaban que la República les había dado tierras", razón por la que, según García, sus simpatías estaban con los grupos guerrilleros.

Antonio Esteban añade, para explicar la simpatía hacia la guerrilla, que en los años de la postguerra, marcados por la miseria, había casas "en las que sólo se comía cuando nosotros estábamos allí, éramos nosotros los que les dábamos de comer". Además, asegura que en los sitios en los que sí había comida siempre pagaban lo que llevaban. "Les hacíamos llegar de los ricos el dinero que les faltaba a ellos", concluye.

Precisamente, un aspecto que se tenía muy en cuenta a la hora de planificar las operaciones era, además de la importancia política, el del abastecimiento. Fue el caso del asalto al cortijo de Villahermosa, dirigido por un hombre "muy adicto al régimen y siempre muy sonriente" que se dedicaba a prestar dinero. "En el pueblo decían que se reía más cuando no le pagaban que cuando sí lo hacían porque poco a poco iba agrandando su propiedad quitando las casas y las tierras a los que no podían pagarle", recuerda Antonio Esteban, que añade que, por este motivo, en el pueblo se le conocía con el nombre de 'Roba-Riendo'.

El golpe en cuestión les sirvió, además de producir una "estupenda carcajada general" en los vecinos del pueblo, para conseguir dinero, armas y comida.

"Era muy difícil encontrar el dinero a un usurero, pero registramos toda la casa y, al fin, encontramos algún dinero que nos llevamos. Además, les quitamos todos los jamones, que los tenían escondidos entre el trigo, el queso, los embutidos, el pan y todos los comestibles que había. No les dejamos ni para cenar, para que también supieran lo que era el hambre", dice Esteban.

Por supuesto, el ataque al cortijo de Villahermosa también les sirvió para abastecerse de armas. "Les quitamos también todas las armas que tenían, y las que eran viejas o las que no nos podíamos llevar o no nos interesaban las poníamos contra una silla y las rompíamos".

Planificación
En cuanto a la planificación de las operaciones, ésta llevaba su tiempo y, curiosamente, lo primero que se estudiaba, una vez decidido el lugar a atacar, era la retirada con el fin de evitar bajas. En el caso de Villahermosa, tras el golpe se retiraron a las estribaciones de Sierra Morena, a donde llegaron en una sola noche, según asegura Antonio Esteban, que añade que "íbamos más deprisa por la noche a través de la montaña y el campo que la Guardia Civil por la carretera".

Para ver la mejor manera de asaltar el punto elegido, los guerrilleros contaban la información de personas que vivían en lugares cercanos, o incluso con la de trabajadores del sitio a atacar. Además, se desplazaban al lugar dos o tres días antes del ataque para estudiar los puntos estratégicos y los problemas que podían surgir.

El final
A pesar de haber conseguido una organización fuerte de la que incluso la Guardia Civil llegó a tener miedo de atacar, según asegura Florián García, al que se conocía con el apodo de 'Grande', alrededor del año 1947 se supo que no podía haber una salida militar al conflicto.

La única esperanza que tenían los grupos guerrilleros para llevar a buen puerto su lucha era la intervención de las potencias democráticas, pero éstas "nos habían apuñalado por la espalda", dice García, que añade que "si la democracia hubiera sido como es debido nos habrían ayudado, puesto que Franco se había puesto al lado del fascismo".

A partir de ese momento "ya no había nada que hacer". La mayoría de puntos de apoyo y enlaces habían sido detenidos. Además, se multiplicaron las delaciones y los guardia civiles se vestían como guerrilleros, por lo que la gente empezó a tener miedo.

Florián García, víctima de una delación, fue detenido en Valdepeñas cuando fue con un compañero a comprar ropa y calzado. "Rodearon la casa y nos cogieron durmiendo, entraron y me despertaron con una pistola en la sien", recuerda.

Una vez atrapado fue condenado a muerte, pena que se le conmutó en dos ocasiones. Finalmente logró fugarse mientras permanecía en un hospital de Madrid, desde donde llegó hasta Francia.

Una operación que sirve para simbolizar el final de la guerrilla es la del asalto al Campamento Cerro Moreno, en el municipio conquense de Santa Cruz de Moya.

Florián García señala que por aquel entonces él ya había aconsejado hacer una retirada general, y sugirió a los que iban a dar el golpe que se marcharan porque había demasiados rivales en la zona. Sin embargo, el hecho de que vinieran de Francia, país en el que contaban con más medios y ayudas, les llevó a confiarse demasiado.
El resultado fue que, de un total de trece guerrilleros, murieran doce. "Nunca se había dado una operación tan terrible, yo he tenido tres o cuatro asaltos a campamentos y, cuando más, he tenido un muerto", recuerda Florián García.
Terminó así la presencia de los guerrilleros en la serranía de Cuenca y, poco más tarde, en el resto del país. A partir de ese momento hubo un cambio de táctica, y de dar golpes se pasó a ayudar a las personas que estaban en los montes y necesitaban salir del país. La moral de la guerrilla ya estaba hundida.
Con su huida a Francia terminaba "una lucha por la libertad, una guerra sin gracia para nadie", como dice Antonio Esteban, en unos años marcados por la represión y la miseria.

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